Los dos lobos.
Un hombre contó a su nieto: “en mi corazón habitan dos lobos que se están peleando. Uno de ellos es violento, está siempre cabreado y quiere venganza. El otro está lleno de amor, compasión y perdón”. El niño le preguntó: “¿Cuál de los dos será el que gane la pelea y se quede en tu corazón?”. A lo que el abuelo le respondió: “El que yo alimente”.
Este fragmento de un cuento Cherokee refleja a la perfección las dos caras que todos guardamos en nuestro interior.
Las dos viven dentro de nosotros y reaccionan a todo lo que nos rodea o nos acontece. La cuestión es a quién decidimos dar rienda suelta más a menudo.
No siempre salen las cosas como queremos. Cuando algo no resulta como habíamos planeado o alguien nos dice algo que no nos gusta, e interpretamos sus palabras como un ataque, dejamos que una parte de nosotros tome el control y domine nuestro estado de ánimo.
¿Te has parado a pensar alguna vez a qué lobo alimentas con demasiada frecuencia?
Está claro que podemos no estar de acuerdo con las circunstancias, o que puede molestarnos la actitud de otras personas, pero debemos elegir cómo queremos afrontar los hechos, porque de eso dependerá cómo te sientas el resto del día.
Con frecuencia, sobre todo en esta vida de estrés e inmediatez que vivimos, alimentamos cada vez más al que tiene peor temperamento. Dejamos que él nos controle, nos llene de ira y de orgullo, provocando que reaccionemos en lugar de que actuemos en consecuencia.
¿Cuántas veces te paras a pensar cuando ocurre algo que te perturba? ¿A parar esa reacción automática de enfado y resentimiento hacia el otro o las circunstancias?
En la mayoría de los casos, cuando no lo hacemos, reaccionamos de forma negativa, ya sea hacia el exterior o hacia el interior de nosotros mismos.
En el primer caso, expresamos nuestro malestar con acciones o palabras de las que nos arrepentimos más tarde. Esto puede aportarnos una sensación de liberación instantánea, que después se desvanece. En los casos en los que nos guardamos esa reacción para nosotros mismos, nos llenamos de esa ira o enfado generando una gran cantidad de pensamientos y de emociones negativos que nos van consumiendo con el tiempo.
No hay nada de malo en expresar nuestro desacuerdo, nuestro malestar o nuestras emociones.
De hecho, es algo muy positivo que debemos hacer. Sin embargo, debemos hacerlo de manera que sea beneficiosa para nosotros, y que no nos perjudique aún más.
Para ello, es importante apelar a ese lobo comprensivo y de buen corazón, que nos haga reflexionar antes de actuar y nos ayude a ver la situación con otra perspectiva.
No siempre es posible, lo sé, pero como todo, es cuestión de práctica.
Cuando lo hacemos, cuando paramos las revoluciones ante un hecho que interpretamos como negativo hacia nosotros, podemos darnos cuenta de que, en realidad, el hecho de alimentar esa ira no nos beneficia en nada. Muy al contrario, probablemente la situación siga siendo la misma o acabemos empeorando nuestra relación con la otra persona, y lo que es peor, con nosotros mismos.
Si conseguimos actuar, en lugar de reaccionar, seremos mucho más eficientes a la hora de expresar nuestro malestar o buscar soluciones en lugar de culpables.
Para ello, te invito a que practiques una comunicación asertiva, que te permita expresarte con claridad de manera que puedas construir, en lugar de destruir.