La culpabilidad tóxica.
Todas las emociones, incluso las desagradables, tienen una función adaptativa y hay que aprender a gestionarlas correctamente. Pero, ¿qué pasa con la culpa?
Al igual que las demás emociones, la culpa tiene una función en nuestras vidas, aunque a veces se convierta en un verdadero calvario.
Si no sabemos gestionarla adecuadamente puede llegar a ser muy peligrosa, pues incide negativamente en nuestra autoestima.
Todos somos educados acorde a unos valores morales establecidos, sean cuales sean. Cuando hacemos, pensamos o decimos algo que va en contra de nuestros valores emitimos un juicio desfavorable hacia nosotros mismos. Eso genera un conflicto moral en nuestro interior y sentimos vergüenza y culpa.
La culpa, al estar relacionada con el juicio moral que hagamos de los acontecimientos, según los valores propios y los de la sociedad en la que nos encontramos, nos ayuda a respetar ciertas normas y códigos éticos y nos previene de cometer errores que podrían tener graves consecuencias. Pero ¿qué pasa cuando ese sentimiento de culpa es desmesurado y constante?
Para saber por qué hay personas que parecen más propensas a sentirse culpables hay que entender lo siguiente.
Por lo general, casi todo el mundo necesita mantener el concepto de sí mismo de “buena persona”. El sentimiento de culpa es el mecanismo que utilizamos para contrarrestar un conflicto interno cuando hacemos algo que juzgamos como “malo”.
Cuando nos sentimos culpables por algo, intentamos establecer cierta justicia respecto al daño que, “en nuestra opinión”, hemos causado a otros, o incluso a nosotros mismos, castigándonos y generando emociones displacenteras. Esto, aunque puede resultar contradictorio, nos hace sentir mejor, puesto que inconscientemente estaríamos pagando por nuestro error.
Sin embargo, con esto no sólo no conseguimos reparar ningún supuesto daño, sino que nos impide pensar con claridad para buscar posibles soluciones.
Por tanto, ¿cómo podemos actuar para deshacernos de la culpabilidad tóxica?
Lo primero calibrar el grado de culpabilidad que sentimos.
Lo segundo, entender qué quiere decirnos y por qué aparece.
Tercero, analizar si realmente hay motivos reales y lógicos para sentirnos culpables. Utilizar el sentido común.
Cuarto, darle las gracias por sus “buenas intenciones” y, aunque suene poco ortodoxo, “mandarla a tomar viento fresco a otra parte”.
Quinto, aceptar que somos humanos y que en ocasiones podemos cometer errores. Relativizar los hechos.
Y sexto, si es necesario, evitar el contacto con personas que alimentan ese sentimiento de culpabilidad.
Cuando entendemos mejor nuestras emociones, incluso las que son desagradables, y qué función tienen en nuestra vida podemos manejarlas de un modo saludable y deshacernos de ellas cuando ya no nos aportan ningún bien.
Y tú, ¿por qué te sientes culpable?