Las 5 heridas del alma.
Hay quien vive creyendo que todo nuestro sufrimiento es por culpa de los demás, de las circunstancias, de lo que le ha tocado vivir, etc. Pero, ¿y si te dijera que eso no es del todo así?
Personalmente, creo que venimos a esta vida para aprender y evolucionar. Todo tiene un propósito, nada es por casualidad, y si sabemos identificar el aprendizaje que nos trae la vida entenderemos mucho mejor que todo pasa por y para algo.
Según Lise Bourbeau, experta en crecimiento personal, todos los problemas físicos, emocionales o mentales que vivimos tienen su origen en 5 fuentes de dolor que se inician en la infancia: el abandono, la humillación, la injusticia, el rechazo y la traición. Éstas serían “las 5 heridas que impiden ser uno mismo”, y así lo explica en su libro con el mismo nombre.
Todos nacemos al menos con 4 de ellas y se reactivan con nuestros padres o familiares cercanos. La herida de la humillación parece ser la única que no es común a todo el mundo. Por tanto, todos tenemos la herida de abandono, la de la injusticia, la del rechazo y la de la traición, aunque no en igual medida.
Además, cada herida trae asociada una máscara que construimos nosotros mismos y que nos ayuda a evitar el dolor y a protegernos física y emocionalmente. Estas máscaras son la del fugitivo, el masoquista, el rígido, el dependiente y el dominador.
Para entenderlo mejor pondré un ejemplo. Tienes una herida, pero no tienes ni idea de que está ahí. En un momento determinado algo te roza (aunque sea muy levemente) y duele. Al querer evitar el dolor construyes una máscara, es decir, te pones una tirita encima, pretendiendo que así se cure y desaparezca.
Sin embargo, eso no así. No te has preocupado de desinfectarla, de sanarla, y esa herida no sólo no desaparece, sino que cada vez se pone más fea.
Cuando ocurre algún acontecimiento relacionado con esa herida tu cuerpo reacciona con dolor (físico, mental o emocional) porque necesita que le prestes atención, que retires la tirita para ver qué hay debajo y que así pueda cicatrizar.
De hecho, si la desinfectamos con agua y jabón, dejamos que vaya sanando sin ocultarla y permitimos que cierre por completo creando una hermosa cicatriz, ya no volverá a doler cuando nos rocen. O al menos, será un dolor tan mínimo que ni lo notaremos.
Del mismo modo, aquello que te molesta o rechazas en los demás es un indicador de lo que tienes que resolver dentro de ti.
Cuando te duele que aquella amiga no contara contigo para esa quedada improvisada que tuvieron las demás, es tu herida de rechazo la que te está indicando que debes hacer un aprendizaje.
Cuando alguien suelta una broma inocente sobre ti delante de todos y te sientes profundamente humillada porque crees que te ha puesto en ridículo, es la herida de la humillación la que te avisa de que debes sanar algo en ti.
Cuando sientes una rabia tremenda porque ascendieron a tu compañero y lo consideras injusto debido a que tú también lo merecías, es la herida de la injusticia gritándote que debes investigar dentro de ti y ver de dónde viene.
Cuando te sientes abandonada por tu pareja porque no te da toda la atención que crees que mereces, es la herida de abandono la que te está hablando para que conectes con tu niña interior.
Cuando interpretas como una traición que tu amigo de la infancia haga con su novia ese viaje que habíais planeado hacer los dos, es tu herida de traición la que necesita ser atendida.
Cuando comprendes este proceso, lo aceptas y trasciendes el aprendizaje que te trae, todo cambia. Entiendes que tu dolor ya no es “culpa de los demás”, ni de tu “mala suerte”, ni del universo que “te tiene manía”.
Cuando sanas esa herida, ya no importa que te rocen, ni que te agarren con fuerza porque la cicatriz ya no duele y rara vez volverá a aparecer en tu vida. Y si lo hiciera, tendrías la habilidad para gestionarlo.
De modo que la próxima vez que te sientas mal por algo que “te haya hecho alguien” o por “una circunstancia negativa” en tu vida, párate y piensa si es tu herida la que te está hablando. Sin duda, algo bueno sacarás.