El ego, ese amigo silencioso.
No sé muy bien la respuesta a la pregunta del encabezado. Supongo que dependerá de cada persona pero, por lo general, hay una especie de fobia a admitir que en algunos aspectos de nuestra vida nos vendría bien la ayuda de un experto. Supongo que es porque nos asusta la idea de no ser suficientes. Suficientes para los demás, pero, sobre todo, para nosotros mismos.
Además, está el asunto de aparentar que lo tenemos todo bajo control, aunque sea dentro de nuestro caos personal. Ese «aparentar», incluso con nosotros mismos, nos hace sentir que encajamos en una sociedad en la que todo debe ser maravilloso. Debo poder tener un buen trabajo, debo poder comprarme una buena casa, debo poder permitirme unas vacaciones de ensueño, debo poder dar la mejor educación a mis hijos… y todo, con un perfecto control mental y emocional de las circunstancias, sean cuales sean.
Sinceramente, creo que el EGO es el gran culpable aquí. Ese «falso amigo», que pretende convencernos de que está ahí para «protegernos», para hacer respetar nuestro honor y nuestra valía de las ofensas o amenazas del exterior. Sin embargo, lo único que consigue es perjudicarnos… ¡Pobre EGO! Es como ese amigo torpe, que se desvive por hacer lo mejor para nosotros porque nos idolatra, pero que a cada paso la caga más y más. ¡Y nosotros pensando que es por nuestro bien!
-Mira el nuevo coche del vecino, tú deberías tener uno igual o mejor. Al fin y al cabo, trabajas muy duro cada día y te lo mereces. Y tu jefe, con esos aires de grandeza y de superioridad que se trae, tú podrías hacer su trabajo muchísimo mejor que él, y con los ojos cerrados. No te fíes porque seguro que te la va a liar. Por cierto, ¿has visto el viajecito que se han pegado tus primos? ¿Qué se creen, Rockefeller? Ni que fueran los únicos que tienen dinero… Pues tú ya estás reservando billetes para el próximo año…
No para de pincharnos constantemente, y nosotros, inocentes, le hacemos caso. Hemos dejado que él tome las riendas desde hace tanto tiempo que ni nos acordamos. Hasta que llega un momento en el que ya no sabemos ni quiénes somos, ni qué nos hace realmente felices, ni cuál es el sentido de nuestra vida, ni nada de nada. Transitamos por la vida con una sensación de vacío constante que intentamos suplir con cosas que nos aportan satisfacción instantánea pero que desaparece tan rápido como llega. No nos paramos a pensar ni por un momento cosas como «¿es esta la vida que quiero llevar? ¿Qué es lo que me gustaría realmente? ¿Qué siente mi corazón cada mañana al despertarme? ¿Qué anhela mi ser en lo más hondo? ¿Qué puedo hacer para cambiar todo aquello que no me gusta?”.
Y seguimos, y seguimos, con la esperanza de que esa «sensación incómoda» desaparezca con el nuevo smartphone que compremos, con las siguientes vacaciones que tengamos o cuando «alguien» aparezca y nos «salve» de todo eso.
Todo sería mucho más fácil si fuéramos capaces de ser sinceros con nosotros mismos, de decir «estoy atascado y no sé cómo gestionar todo esto que siento, NECESITO AYUDA».